miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tipos psicológicos junguianos y elementos en astrología



Alejandro Lodi
(Año 2003)
Existe cierto acuerdo respecto a que la clasificación por elementos resulta básica en la interpretación de una carta natal. Incluso, con diferencia de matices, no hay demasiada discusión en considerar a los cuatro elementos cómo modos de apreciar la realidad, de percibir el mundo, de evaluar la experiencia vital. Y que sean cuatro y no otra cantidad, antes que arbitrario, parece corresponderse con otras clasificaciones de la totalidad dentro de la tradición de Occidente: los cuatro humores temperamentales (sanguíneo, colérico, melancólico y flemático), los cuatro estados de la materia (sólido, líquido, gaseoso e ígneo), los cuatro reinos de la naturaleza (mineral, vegetal, animal y humano), los cuatro planos de la realidad (físico, mental, astral y etérico), los cuatro niveles del ser (corporal, mental, emocional y espiritual), etc. Desde este acuerdo, el análisis por elementos permitiría, entonces, percibir un tono básico estructural de la personalidad, una modalidad preferencial del individuo para vincularse con el mundo. El hábito de la práctica cotidiana de la astrología tiende a cuantificar la información que brinda una carta natal respecto a la disposición por elementos, con diversos criterios de puntaje según la categoría de los planetas (luminares, personales, sociales) y excluyendo, en general, a los transpersonales. Esta forma de considerar el balance de elementos concluye en una caracterización de la persona a partir del énfasis -por presencia- o el déficit -por ausencia- de uno o dos de ellos. Así, por ejemplo, encontraremos definidas personalidades Tierra-Aire, Tierra-Fuego, o simplemente Tierra o Agua, o con carencia de Aire o de Fuego, etc. Es posible también que esta temprana hipótesis por elementos termine siendo descuidada a medida que la complejidad del análisis va progresando, de modo que deje de estar presente en la consideración del analista.
Ahora bien, ¿podría apreciarse con mayor profundidad la información que nos brinda el mandala de una carta natal considerando el balance de elementos? ¿Resultaría significativo a la práctica astrológica? Algunos astrólogos de lo que podemos reconocer como línea de “psicológica” (Liz Grenee, Richard Idemon) han intentado, con algunas variantes, una síntesis entre lo que la tradición refiere sobre la clasificación de personalidades por elementos y lo que Jung establece como tipos psicológicos. Otros han descartado esta analogía enfáticamente (Robert Hand). Más allá de los incontrastables argumentos de cada posición (en general, basados en la experiencia personal de cada astrólogo) y teniendo presente que cada una de ellas está sostenida en supuestos perceptivos inconscientes antes que en verdades objetivas, la consideración de los elementos que propone este trabajo parte de tres premisas:
1.- La validez de asociar la tipología por elementos de la astrología con la de tipos psicológicos junguianos y lo enriquecedor que tal asociación resulta para el análisis de una carta natal y su destino. No obstante, el interés no está centrado en intentar demostrar esta correspondencia, sino en valerse de aquello que Jung establece, de su particular modo de vincular estas tipologías psicológicas entre sí (cuatro tipos psicológicos derivados de cuatro funciones perceptivas de la conciencia) y de subrayar su incidencia en la organización psicológica de la persona.
2.- Tal como Jung nos lo recuerda, más allá del énfasis particular de nuestra disposición personal, las cuatro funciones psíquicas con las que apreciamos la realidad -los cuatro elementos- están siempre presentes en la estructura global, y tienden a vincularse entre sí de modo complementario o antagónico. Este intento de integración sugiere que, partiendo de una disposición específica que se mantendrá como tono estructural a lo largo de la vida, nuestro modo de percibir la realidad opera en un proceso dinámico de balanceo y búsqueda de equilibrio.
3.- Los antagonismos entre distintos modos de percepción de la realidad -que, en principio, tienden a excluirse y negarse mutuamente- se traducen en distancias internas que el desarrollo evolutivo de la conciencia pugna por reparar. Y este es un proceso que, de manera inconsciente, opera preferentemente en el campo vincular y en acontecimientos de destino. Desde este punto de vista, cada individuo establece una identificación consciente centrada en una o dos de estas funciones de percepción básicas, manteniéndose sus antagónicas como modalidades no conscientes.
En definitiva, aceptar la analogía de los elementos en astrología con los tipos psicológicos de Jung y considerar sus criterios de relación entre las funciones de la conciencia como claves en la organización psíquica de un individuo, nos obliga a que el balance de elementos aplicado al estudio de una carta natal no pueda reducirse a una clasificación cuantitativa y estática, y a que seamos capaces de una ponderación cualitativa. Antes que una fatal definición del carácter de una persona o la sanción de un estigma inalterable, el balance de elementos cualitativo nos permite transparentar un proceso de desarrollo en la percepción de la realidad que habrá de revelarse de manera dinámica a lo largo de la vida del individuo.
Como siempre, profundizar en astrología haciéndonos sensibles a cualidades vibratorias, sutiles y energéticas, nos lleva a percibirla con criterios de arte antes que con los concluyentes y lógicos criterios de ciencia. Tratemos, entonces, de avanzar en esta sensibilización sin resignar racionalidad.
 Los elementos en astrología: complementariedades, afinidades y antagonismos
¿Cómo ha definido la astrología a los cuatro modos de percepción simbolizados por los cuatro elementos?
El elemento Tierra se asocia al mundo concreto, material. Tiene que ver con la percepción a través de los sentidos del cuerpo. El plano físico, la sustancia orgánica. Lo sólido, lo que tiene peso, gravedad. Lo constituido, el orden objetivo, la ley de la realidad.
Se corresponde con la función que Jung llama sensación.
El elemento Fuego se asocia al mundo de la vitalidad, de la energía. Tiene que ver con la percepción a través del sentido de captación global, sintética, trascendente. El plano etérico, la irradiación vital, el espíritu. Lo que se eleva, el impulso de búsqueda, la verdad esencial. Lo que será, lo por venir, la ley del deseo y la voluntad.
Se corresponde con la función que Jung llama intuición.
El elemento Aire se asocia al mundo mental, ideal. Tiene que ver con la percepción a través del pensamiento y el intelecto. El plano mental, la capacidad de asociar, vincular, conceptualizar. Lo abstracto, lo que es capaz de objetivar la realidad en un orden ideal de justas proporciones. Las múltiples y variadas posibilidades de articulación de la realidad.
Se corresponde con la función que Jung denomina pensamiento.
El elemento Agua se asocia al mundo sentimental, emocional. Tiene que ver con la percepción a través de la sensibilidad, el sentimiento. El plano astral, el contacto empático y resonante con el universo. Lo sensible, lo que es capaz de percibir necesidades y proteger lo frágil. Lo que nos vuelve subjetivos nos conecta con la profunda interioridad humana. Lo que fue, el pasado, la memoria afectiva.
Se corresponde con la función que Jung denomina sentimiento.
En términos de complementariedades, parece evidente que el Fuego y el Aire comparten una cualidad de manifestación y actividad, tanto como la Tierra y el Agua de absorción y receptividad. Esto lleva a que podamos definir a estos pares como complementarios, tal como se ve reflejado en el zodíaco, dado que los signos de Fuego y Aire expresan el pulso activo, (en despliegue o manifestación) y los de Tierra y Agua el pulso receptivo (en repliegue o reabsorción). En el plano humano, Fuego y Aire simbolizan la expresión de la naturaleza masculina (o yang), el pulso de exteriorización, mientras que Tierra y Agua, la femenina (yin), el pulso de interiorización.
Ahora, en búsqueda de afinidades, también podemos distinguir que entre Fuego-Agua y Tierra-Aire existe una semejanza de pares.  El par Fuego-Agua representa un modo subjetivo de abordar la realidad,   porque prevalece una adaptación del mundo exterior a lo que la captación intuitiva o la percepción sensible definen como verdadero y necesario. Por su parte, el par Tierra-Aire reconoce la realidad en modos objetivos, puesto que las circunstancias individuales, internas y subjetivas tienen que adaptarse a lo que está determinado como la realidad (objetiva-racional) del mundo.
Pero, de este análisis también se desprende que los pares Fuego-Tierra y Aire-Agua no coinciden con ninguna de las categorías que consideramos, de modo que podríamos deducir que resultan pares de elementos cualitativamente opuestos.
En correspondencia con esta caracterización, Jung habla de funciones antagónicas, funciones que no pueden expresarse juntas, ya que representan modos incompatibles de percibir la realidad para la conciencia. Y sostiene que pensar (Aire) es antagónico a sentir (Agua) y que percibir sensorialmente (Tierra) es antagónico a intuir (Fuego).
Las funciones de la percepción y su dinámica psíquica
Pero Jung propone algo más. Afirma que, en el inicio de su desarrollo, una persona se identifica con una o a lo sumo dos funciones perceptivas y que éstas no pueden ser antagónicas entre sí. Es decir, si se identifica con el modo de percibir sensorial (Tierra) no puede al mismo tiempo identificarse con el modo intuitivo (Fuego). A estas funciones conscientes las llama superiores porque son las que el individuo expresa y desarrolla con más frecuencia desde su voluntad.
A las funciones restantes las denomina inferiores porque quedan fuera de la conciencia y pueden expresarse independientemente de la voluntad del individuo. Actúan como sombra y permanecen poco desarrolladas.
No obstante, antes quedar estáticamente determinadas, estas funciones están en proceso de integración, de modo que las relaciones que establecen entre sí forman parte de un proceso dinámico. Eso hace que, en su desarrollo, la conciencia pueda acortar las distancias entre las funciones que se viven como antagónicas, sin negar el tono particular con el que se ha identificado.
Visto así, integrar los elementos desde la conciencia supone lograr una percepción más plena de la realidad, oscilando ante cada nueva situación hasta expresar una tonalidad peculiar (o estilo), sin que eso suponga detenerse o polarizarse en alguna de ellas. Del mismo modo, cuanta más vigencia tenga para la conciencia una función (o elemento) como único modo de entrar en contacto con el mundo, más alejada se encontrará de la integración.
 El balance cualitativo de elementos. Una organización del cuadro en la práctica astrológica
 Siguiendo la lógica propuesta por Jung para las funciones perceptivas, los elementos de una carta natal podrían organizarse bajo cierta disposición estructural y mantener entre ellos una relación dinámica. Es decir, el balance de elementos no sólo permitiría caracterizar rasgos generales de la personalidad, sino que también dejaría sugerida una evolución según el desarrollo de la conciencia.
De acuerdo con un patrón evolutivo que presupone un despliegue cada vez más incluyente, podemos considerar que la conciencia comienza por identificarse con fragmentos de la totalidad del ser, para luego ir reconociendo contenidos más vastos, expandiéndose hacia la mayor integración posible. Aplicando este patrón al análisis de los elementos de una carta natal, podemos suponer que dentro de nuestras primeras identificaciones habremos rescatado un elemento que tendrá mayor valor para la conciencia y eso dejará a los otros tres en planos diferentes, detrás de escena.
Esto es lo que intenta mostrar el siguiente cuadro, en el que no sólo se considera el elemento que prevalece en la identificación consciente (elemento principal), sino también cómo quedan organizados los restantes y cuáles podrían ser las características de sus manifestaciones.
La hipótesis principal es que la conciencia, en los primeros años de vida, tiende a adoptar una mirada del mundo y de la realidad que privilegia una de las cuatro cualidades elementales. Al elemento que ocupa el centro de la organización psíquica lo llamaremos principal.
Por lógica, de acuerdo con Jung, el elemento antagónico al principal resulta el más distante para la conciencia, ya que tienden a polarizarse. Así, lo reconoceremos como elemento distante.
Ahora bien, hay un segundo elemento que para la conciencia no resulta dominante y no representa la mirada preferencial desde la cual la persona reconoce el mundo, sino que se coloca como auxiliar de aquella que sí lo es, sirviendo de apoyo. Así considerado, llamaremos a este elemento secundario.
Su antagónico, es un elemento que, aunque la persona lo reconozca, sabe que lo expresa en forma deficitaria. Puede crear una imagen que aparente la manifestación de ese elemento, pero será percibida por los demás como un exceso, una exageración que delata el esfuerzo por exhibir aquello de lo que se siente carente. Por eso a este segundo elemento menos consciente lo llamaremos aparente.
Sin embargo, a lo largo de la vida la conciencia va incorporando, comprendiendo e incluyendo dimensiones cada vez más profundas del ser. En este sentido, si permanecemos en la misma identificación, provocamos la cristalización del proceso y terminamos por generar separatividad y exclusión. Al contrario, en la medida en que nos volvemos conscientes de este viaje -desde el fragmento hacia la totalidad- advertimos que la vida fluye creativamente y percibimos integración donde antes había separación.
En nuestro balance cualitativo, esta creatividad y dinamismo del viaje de la conciencia se manifiesta a través de una progresiva des-identificación del elemento principal que, como consecuencia, lleva a que los restantes modifiquen su expresión y respondan a un movimiento incluyente e integrador. La dinámica de estas alteraciones responde a cierta lógica interna, de acuerdo a los antagonismos y las complementariedades entre elementos que hemos considerado. El proceso evoluciona acercando las distancias entre pares en conflicto (“principal” con “distante” y “secundario” con “aparente”). A esto se refiere la afirmación de que el balance cualitativo tiene en cuenta la relación dinámica entre los elementos.
Pero dentro de la práctica astrológica, ¿cómo calificar la información sobre elementos que aporta una carta natal? ¿Qué criterio podemos aplicar para organizar este cuadro?  Al respecto, y sólo a modo de orientación, podemos considerar algunos puntos:
1) El punto de partida será el tradicional método basado en la cantidad y calidad de planetas en cada elemento.En este sentido, cualitativamente tendrán mayor incidencia:
  • Los luminares (Sol y Luna).
  • El Ascendente y su planeta regente.
  • Los planetas personales (Mercurio, Venus y Marte).
  • Los planetas sociales (Júpiter y Saturno).
  • Respecto a los planetas transpersonales (Urano, Neptuno y Plutón), consideraremos que no otorgan rasgos individuales trascendentes, por su prolongada permanencia en cada signo.
2) Cada uno de los elementos ocupará una de las posiciones del cuadro (principal, distante, secundario, aparente) respetando la lógica de antagonismos ya enunciada.Esto implica que en nuestra hipótesis incluimos a los cuatro elementos, y no sólo a aquél que resulte dominante para la conciencia. Así, el balance cualitativo deja explícito el beneficio de no caer en una interpretación fragmentaria (“soy Fuego-Aire…”), pudiendo mantener, entonces, el registro de la totalidad y tener presentes, aunque alguna de ellas predomine, las cuatro modalidades perceptivas en la organización psíquica del individuo (“si me identifico en el Fuego dejo distante a la Tierra, si me auxilio en el Aire puedo aparentar Agua”).
3) Un par antagónico ocupará la posición de par dominante y el otro de par auxiliar.Desde el análisis tradicional se supondría, por ejemplo, que una carta con Tierra y Fuego o con Aire y Agua como elementos más destacados, da lugar a una personalidad que combina a ambos sin conflicto alguno. En cambio, nuestro criterio cualitativo nos exige considerarlos, en principio, en una relación antagónica (es decir, uno de ellos como “principal” y el otro “distante” de la conciencia). Y este es uno de los principales aportes del balance cualitativo, ya que da cuenta de una contradicción que puede percibirse habitualmente en la práctica astrológica: la dificultad para identificarse simultáneamente con la Tierra y el Fuego, o con el Aire y el Agua.
4) El cuadro comienza a organizarse desde el par dominante. El énfasis de un elemento está indicando una alta probabilidad de que ocupe la posición principal, quedando su antagónico en la posición distante (aún estando presente y con mayor seguridad si está ausente). Por la misma razón, la ausencia de un elemento marca la tendencia a la posición distante, facilitando que su antagónico se ubique comoprincipal (aún no siendo el más presente y con mayor seguridad si cuenta con algún planeta).
5) El par siguiente se ubica como par auxiliar, de acuerdo con el criterio tradicional (de menor valor numérico). Se trata del par de elementos antagónicos que cuenta con menor cantidad de planetas. Representará un juego de energías de menor polarización y que están subordinadas al par dominante.
6) Cuando el balance es equilibrado en proporciones y cantidades, o cuando en el par dominante el elemento del Sol sea antagónico al de la Luna,  las posiciones del cuadro están sujetas a las impresiones del marco familiar en los primeros años de vida. La conciencia parece seguir un patrón dinámico que parte siempre desde alguna forma de polarización. En estos casos, las primeras identificaciones en la vida de la persona (el impacto y los condicionamientos en la conciencia del complejo lunar de la carta natal) definirá la organización del balance de elementos, y tal incidencia puede verse reflejada en una sobredimensión del elemento en el que se ubique la Luna (ya seas como “principal” o como “distante”).
7) Cuando los elementos ausentes son dos y forman entre sí uno de los pares antagónicos, el juego de conciencia y destino se concentra en el par presente, y lo hace de un modo masivo y excluyente. La identificación (y los momentos en que ésta se revierte) suele tener mayor contundencia, y la persona expresa de un modo muy nítido -y, a veces, de grosera polarización- la tensión que provocan esos impulsos antagónicos. Al mismo tiempo, tales impulsos dan la clave de un destino de alto dinamismo y potencial creatividad, en la medida en que se vaya produciendo la síntesis.
8) La distribución de elementos que quede conformada sólo es una hipótesis de las primeras identificaciones de la persona, un supuesto acerca de cuál puede ser la percepción de la realidad y de sí mismo, instalada en la niñez.  Y esto quiere decir que a lo largo de su vida podrá haber otras. La identificación por elementos no es un indicador fijo y estático. No conservamos -por lo menos no necesariamente- la misma mirada sobre el mundo durante toda nuestra vida, sino que esta apreciación de la realidad evoluciona y se modifica, respetando antagonismos y complementariedades, de acuerdo al desarrollo y expansión de la conciencia.
9) El movimiento de estas identificaciones a lo largo de la vida puede llevar a acercar las distancias antagónicas entre elementos. En el proceso del viaje de la conciencia, a través de los ciclos planetarios, se va haciendo posible la integración de elementos. Así, una persona que comienza su vida identificada con el Fuego, podrá luego -como respuesta a alguna de sus crisis- acercar la distancia con su antagónico, la Tierra. Este movimiento reflejará lo que ya definimos como la evolución de la conciencia integrando tendencias polares. Recordemos que mantener las distancias extremas entre polos, suele ser la forma que adoptan nuestras primeras identificaciones, exagerando tanto los rasgos dominantes (conscientes) como los sombríos (no-conscientes).
10) Las crisis de edad genéricas resultan propicias para dinamizar el juego de relaciones entre elementos. Las crisis se presentan cíclicamente y son estos momentos de cambios y ajustes integradores, los que ofrecen la oportunidad de introducir variantes en nuestra mirada de nosotros mismos y el mundo. Por lo tanto, también resultan adecuados para reorganizar nuestras identificaciones en general, y las de los elementos en particular. Quizás las más agudas (y que, por eso mismo, mejor ilustren nuestra propuesta) sean las asociadas con los 14, 28, 42, 56, 70 y 84 años. Es probable que esas edades evidencien insatisfacciones profundas, desacuerdos internos respecto a cómo vincularse con la realidad, que exigen una definición consciente y activa en una u otra dirección. Por lo tanto, serán éstos los momentos apropiados para confirmar deliberadamente una mirada -que otorgará coherencia, aún cuando se corra el riesgo de una nueva fijación- o para permitir un punto de observación distinto, hasta ahí intuido pero inexpresado, a favor de lo creativo.
Un acompañamiento adecuado de estas crisis, favoreciendo una mejor integración, siempre estará indicado por un acortamiento de las distancias polares (integración). En cambio, el desaprovechamiento de estas oportunidades críticas quedará señalado por el refuerzo de la forma conocida (cristalización), o bien por una inversión extrema de las posiciones que no hace otra cosa que seguir manteniendo las distancias, sólo que en la dirección contraria (conversión).
Más allá de estas consideraciones técnicas generales, es necesario tomar en cuenta que el método propuesto se basa en ponderar cualidades y afinidades, teniendo siempre presente la totalidad. Esto nos permite reconocer juegos de identificación más sutiles y evitar fragmentaciones. Aplicando el balance cualitativo siempre estaremos considerando los cuatro elementos en una particular forma de relación.
 No obstante, como se basa en la percepción de calidades antes que en una estricta puntuación de cantidades, el balance cualitativo de elementos puede parecer impreciso y confuso a quien no esté acostumbrado a él. Así, mientras que el tradicional análisis de cantidades resulta preciso pero un tanto rígido y poco revelador, la mirada cualitativa parece más profunda pero algo laberíntica. Antes que volcarnos a favor de uno u otro método, percibamos que se trata de una paradoja propia de la relación Aire-Agua: la precisión racional y las mediciones cuantificables obligan a recortar y fragmentar en exceso la captación de la totalidad, mientras que los registros más globales y la sensibilidad a sutilezas cualitativas parecen conducir a la indefinición confusa.
Por eso, la mejor recomendación para adquirir convicción en el balance cualitativo de elementos es sostener durante un tiempo prudencial el ejercicio de su aplicación en la práctica astrológica, tolerando su aparente vaguedad al comienzo, para luego corroborar su lógica y percibir sus beneficios. En definitiva, se trata de la posibilidad de incorporar una mirada complementaria, que enriquezca la tradicional forma de considerar los elementos en la interpretación astrológica.
 Biblografía
 Greene, Liz. Relaciones humanas. Urano, 1987, Barcelona.
Hand, Robert. Los símbolos del horóscopo. Urano, 1993, Barcelona.
Idemon, Richard. El hilo mágico. Urano, 1998, Barcelona.
Jung, Carl G. Tipos Psicológicos. Sudamericana, 1985, Buenos Aires.
Steinbrun, H., González, I., Lodi, A. La carta natal como guía en el desarrollo de la conciencia. Kier, 2004, Buenos Aires.

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